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La ciencia
plantea la teoría de la evolución
sobre el origen de la vida, y, por lo tanto, sobre el origen de
las especies animales. El principal ideólogo de esta visión
fue su descubridor: Charles Darwin.
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A lo largo de la historia ha sido siempre
obvio, para la mayoría de las personas, que la gran diversidad de
vida, la increíble perfección con la que están dotados
los organismos vivos para sobrevivir y multiplicarse, y la desconcertante
complejidad de las estructuras vitales, sólo pueden ser obra de
la creación divina. No obstante, una y otra vez han existido pensadores
aislados que creían que debía haber una alternativa a la
creación sobrenatural. En la antigua Grecia existía la noción
de que las especies se transformaban en otras especies. Esta creencia estuvo
apartada hasta que en el siglo XVIII fue retomada por pensadores progresistas
como Pierre de Maupertuis, Erasmus Darwin y Jean Baptiste de Lamarck. En
la primera mitad del siglo XIX esta idea se hizo habitual en los círculos
intelectuales, en especial en los de temas geológicos, aunque siempre
de forma vaga y sin que existiera una visión clara del mecanismo
que podía originar estas modificaciones. Fue Charles Darwin
(nieto de Erasmus) quien, incitado por la publicación del descubrimiento
de Alfred Russel Wallace de su principio de la selección natural,
estableció finalmente la teoría de la evolución a
través de la publicación: El origen de las especies por medio
de la selección natural en 1859, conocido por lo general como El
origen de las especies. A partir de 1859 fue difícil dudar
de que todas las especies vivas, incluyendo la nuestra, habían evolucionado
de otras. La biología molecular moderna hace que resulte difícil
dudar que el origen de todas las especies puede remontarse a un antecesor
común único, que todas las formas de vida conocidas comparten
el mismo código genético y que es muy improbable que hubieran
podido dar con ello de forma independiente.
EVOLUCIÓN
Y RELIGIÓN.
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Debate. Es
muy natural que, desde el momento en que Darwin propuso la evolución
como un postulado científico fundamental, se plantease a sí
mismo el carácter esencial de la cuestión para la creencia
religiosa, porque la religión, en definitiva, debe establecer los
valores del hombre, su dignidad y su lugar en la naturaleza. La religión
advirtió la inmediata necesidad de debatir, en su propio seno, el
enlace que establecía la teoría darwiniana entre el hombre
y los animales. Vale decir, definir si era degradante para la naturaleza
humana, enaltecedor o indiferente. Al principio las jerarquías eclesiásticas
opinaron que la concepción evolucionista arrebataba al hombre su
singularidad y le reducía a ser un animal más. En torno a
este punto se suscitaron los más encendidos debates que haya presenciado
nunca el mundo intelectual. La discordia entre la biología y la
religión llegó a ser tan profunda en la última parte
del siglo XIX, que en la mayoría de los países civilizados
quedó planteado el problema en los términos categóricos
de: ¿ciencia o religión?, ¿Dios o evolución?
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Hoy día el problema no se plantea
en dichos términos. El Papa Juan Pablo II se pronunció sobre
el tema y aceptó la teoría de la evolución como no
opuesta a las creencias bíblicas de la creación. Esta es
la postura actual de la Iglesia oficial. Por lo tanto, en esta materia,
ya no existe una separación entre fe y ciencia. Para esto el Papa
escribió la Encíclica Razón y Fe.
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